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S P A A N S  ¡ M E   G U S T A !

PIZARRO EN CAJAMARCA

LA VISITA DE DON HERNANDO

 

Mientras se acercaban al campamento, Hernando de Soto dejó bien advertido a sus acompañantes que ninguno de ellos mirase a un solo indio a los ojos, para dejarles bien claro que no importaba si fuesen 40 o 60.000 los que les rodeaban. También que no mostrasen signos de temor y mucho menos que se rieran, ya que los incas pensaban que tal proceder era de mujeres y no de hombres curtidos en el arte de la guerra. Cuando llegaron al palacio un emisario les recibió en el exterior, anunciándoles que su señor no podría recibirles en ese instante "por estar bañándose en compañía de sus mujeres.  

Diego deAlmagro. Uno de los compañeros más fieles de Pizarro durante la conquista de Perú. Mucho conocía don Hernando de la idiosincrasia de ese pueblo para dejarse amilanar por tan ridículo pretexto y tras un cruce aún más extraño de frases sin sentido, su paciencia dio paso al grito. "i Basta!  iSi no sale él de seguido, entraré yo a buscarlo!” ; acertó a decir mientras hasta él llegaba otro escuadrón de caballos al mando de Hernando de Pizarro, quien, puesto en conocimiento de lo sucedido, secundó a su compañero advirtiendo que si no salía Atahualpa antes de que se pusiera el Sol, "cada poco llegará otro escuadrón como este mío, hasta que seamos suficientes para darle guerra y acabar con él” Sólo entonces el emisario reaccionó y sólo entonces Atahualpa salió a recibir a los españoles con todo el boato acorde con tan alta personalidad.

Discutieron los presentes cara y cara y hasta bebieron maíz  macerado antes de que el líder inca aceptara el ofrecimiento de los barbudos, no para cenar como ellos deseaban, sino para almorzar a la siguiente salida del Sol. Cuando los españoles regresaron a su campamento y relataron lo imponente de las fuerzas contrarias, un congojo atenazó el alma de los presentes. ¿Cómo iban a vencer apenas 200 hombres a más de 40.000? Aquella noche casi nadie pudo conciliar el sueño y fueron muchos los que solicitaron la absolución a algunos de los dos frailes presentes, incluido Pedro de Candía, quien tras recibirla anunció su renuncia a pelear al día siguiente, asegurando que al volver a estar en gracia no podía dirigir sus cañones para sesgar vidas humanas. Tal decisión no gustó una pizca a Hernando Pizarra, quien le advirtió que si no se acogía a las armas como el resto, él mismo le colgaría de una viga  hasta verle fallecer. Qué es lo que pasó por las cabezas de aquellos aventureros en horas tan aciagas. es algo que ellos se encargaron de llevar a la tumba, aunque seguramente no fueron pensamientos de odio, sino de amor hacia familiares y amigos. Con esos recuerdos llegó el amanecer y con ese amanecer redobles de tambor y sonar de trompetas.

Asomados a las murallas, los españoles observaron a millares de incas que avanzaban hacia la ciudad, en número tal, que ni un palmo de tierra verde podía verse entre sus filas. Pizarra, astuto como era, percibió el temor en la cara de sus hombres y no sin cierta socarronería acertó a decir: "¡Miren, miren vuesas mercedes, cuánta riqueza se nos viene a las manos, si nos aplicamos a lo que debemos hacer!·: Estas palabras ayudaron en mucho a la tropa que, alentados por los ánimos de su capitán general, se dispusieron por la plaza y sus aledaños según lo acordado. Sin embargo, la comitiva inca permanecía parada en el exterior, lo que no convenía a los españoles, ya que su plan se basaba en el aprovechamiento de la luz solar y no en la pelea bajo la penumbra. Por ello, una nueva embajada con Hernando de Aldana al frente debió partir en busca de Atahualpa, para invitarle a entrar en la ciudad sin temor y departir amigablemente con don Francisco Pizarro.

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